Quiero estar a tu lado (Privado solo Jas y Alice)

Era realmente dificil concentrarme en mi lectura a sabiendas que Alice se encontraba en el piso de arriba, en nuestra habitación y sola. Es cierto, la mente de los vampiros es inmensamente amplia, pero ella ocupaba tanto lugar en mis pensamientos que si su olor deleitaba mi nariz, o el sonido de sus ritmicos y danzarines pasos hacía música en mis oídos, me era imposible prestar atención a nada más.

Me preguntaba qué estaría haciendo. Probablemente divirtiéndose con la ropa que compró para todos y para ella, o simplemente pensando. No se solía ver a Alice sumida dentro de su propia cabeza, era algo que quizás pocas personas tenían el placer de observar con sus propios ojos.

Como sea, la curiosidad me venció. Cerré el libro, rendido, y subí sin molestarme en mantener una velocidad normal. No pretendía invadir su intimidad, por lo que toqué la puerta de nuestra habitación antes de abrirla.

- ¿Puedo? - pregunté con suavidad, esbozando una sonrisa privada.

Y allí estaba ella, brillante como siempre. Era increíble el efecto que sus sonrisas producían en mí; tenía tantas y de significados tan diversos... me sentía afortunado de poder leer casi todas, de comprender el significado de cada una de ellas.

Abrí los brazos para recibir gustoso su agarre, envolviendo su pequeña espalda y acariciando su oscuro cabello. Podría estar en esa misma posición por el resto de la eternidad.

- Me ofendes, linda - dije divertido, ni yo me creía mis palabras -. ¿En serio crees que necesitaría mi don? - reí en un tono bajo, cálido, provocando con mi aliento que algunos de sus mechones se meciesen con delicadeza -. Te conozco lo suficiente - agregué, antes de tomarle el rostro con manos suaves, como si se tratara de una muñeca, e inclinarme para dejar un beso en su frente.

Su mirada se trabó en la mía, permitiéndome dar un chapuzón en sus orbes similares al oro líquido. El color ambarino que yo jamás conseguí obtener. La sed me lo impedía, el deseo de sangre humana se reflejaba día a día en mis ojos, y me daba lugar a preguntarme si algún día se aclararían lo suficiente como para pasar por un vampiro relajado. Tuve que esperar décadas completas de abstinencia para que los tonos rojizos desaparecieran.. ¿Cuánto tardarían en aclararse lo suficiente?

- No lo dudo - le aseguré con seriedad, antes que sus labios rozaran los míos. Esa inigualable sensación que solo Alice me hacía sentir había despertado completamente. Correspondí con un beso dulce, pausado y muy sentido; bajé mis manos acariciando la blanca piel de su rostro hasta su cuello, deslizándo solo una por su nuca, para un mejor agarre. La otra palma se acomodó en la delicada curva de su cintura, descansando en su baja espalda.

Eran pocas las veces que podíamos disfrutar de un verdadero beso, lejos de las miradas de nuestra familia. En verdad apreciaba los momentos en que la privacidad se hacía presente para mi pequeño monstruo y yo.

Sus besos tiernos comenzaron a teñirse de pasión por momentos; me puse contento al sentirla feliz, que sus emociones no hubiera rastro de hostilidad o incomodidad. Rara vez las sentía, pero no me gustaría pasarlas por alto. Si algún día se sentía mal, yo era el primero en ofrecerle mi ayuda; sin ninguna duda, sería capaz de mover cielo y tierra por verla nuevamente feliz.

Alice rió, por lo que me vi obligado a cortar el beso, aunque mantuve nuestras frentes unidas. La miré a los ojos con una sonrisa ladeada.

- ¿Qué es lo gracioso? - inquirí en tono divertido, adornado con una nota de intriga. Moví los dedos de la mano colocada en su cintura, acariciándola suavemente.

No hizo falta una respuesta. Mi rostro habló por mí. Le dediqué una sonrisa y me perdí en sus labios nuevamente. Dejé que guiara mis manos hacia su baja espalda, donde empujé suavemente su cuerpito para acercarla más hacia mí; mis besos se tornaron quizás más voraces, más profundos. Me abrí paso entre sus suaves labios rosados, para explorar el interior de su boca.

Comprendí rápidamente su objetivo, cuando comenzó a danzar hacia la cama. La cargué con facilidad, despegando sin esfuerzo sus pies del suelo y colocándo sus piernas en torno a mi cintura. Ok, me estaba dejando llevar, mas no por eso olvidaba mis modales. Jamás se debía lanzar a una dama de manera brusca, por lo que tumbé suavemente a mi pequeña sobre las sábanas. Tampoco recargué todo mi peso sobre su cuerpo, aunque sea frágil tan solo en apariencia. En lugar de eso, me apoyé sobre una mano que coloqué cerca de su cabeza, sin dejar de besarla en ningun momento.

Dejé que mis labios, como si tuvieran vida propia, bajaran por su cuello saboreándo cada centimetro de piel al descubierto. Delicioso, tanto o más adictivo que la sangre. Mientras besaba su cuello, comencé a acariciar su cintura. Mis dedos apenas rozaban la piel que la blusa, levantada ligeramente por encima del ombligo, dejaba al descubierto.

Alice no tardó en actuar por cuenta propia, nada extraño, la verdad. Me senté en la cama, como ella me indicó, y en un abrir y cerrar de ojos me despojó de la camisa. Ya a estas alturas las palabras no existian, eran completamente innecesarias. La lógica se daba un descanso, dando rienda suelta al instinto. Volví a devorar sus labios, pero no quería quedarme atrás; la senté a horcajadas sobre mí y desgarré su blusa como si se tratara de un simple pañuelo de papel, dejándola caer al suelo convertida en simples tiritas de tela. Deslicé mis besos nuevamente por su cuello, trazando un camino hasta sus hombros, sin dejar de rozar las yemas contra la piel de su cintura y estómago.

Me importaba realmente poco si nuestros hermanos estaban en el piso de abajo, o bien en la habitación de al lado, y oían lo que pasaba en el cuarto. Generalmente buscaba momentos en los cuales la casa quedara completamente vacía, pero ahora estaba necesitando esto, y ya no me importó nada más. Despues de todo, Emmett y Rose tambien solían hacer de las suyas tras las paredes de su habitación. Bella y Edward quizás fueran los que disfrutaran de más libertad, allá en su casita en el bosque.

Mientras Alice se ocupaba de quitarme los pantalones, y con tanta lentitud como presentaban sus movimientos, bajé con delicadeza los breteles del top, besando cada centímetro de piel que dejaban atrás mis roces. La otra mano, ubicada en su cintura, se atrevió a bajar un poco más, masajeando suavemente sus nalgas. No tardé en quitarle tambien el top, dejándo su torso completamente desnudo. La apreté más contra mí, aunque ya prácticamente no hubiera lugar para el aire entre nosotros.

Podía percibir el placer que estaba sintiendo Alice, duplicando el mío propio. Correspondí con gusto sus besos en cuanto reclamó mi boca, sonriendo lascivo cuando se deslizó a mi cuello, mi punto débil. Dejé que me situara como ella quería en la cama, le guiñé un ojo en cuanto me sonrió de esa manera. Definitivamente, no dudaría mucho más con sus pantalones puestos.

Mientras Alice me tocaba y besaba, deslicé mis dedos por el borde de su pantalón, llegando a los botones de la parte delantera. Se los desabroché uno a uno, antes de, con un movimiento veloz, tirar hacia abajo. En un abrir y cerrar de ojos, mi pequeña monstruito tan solo llevaba una prenda. Pasé las yemas por todo lo largo de su columna vertebral, produciéndole estremecimientos. Reclamé sus labios nuevamente, besándolos con dulzura y pasión antes de pasar a mordisquearle suavemente el lóbulo de la oreja, sin dejar de acariciar su cuerpo.

Sonreí divertido al oir las risas de Alice, sin dejar de acariciar su columna, pero bajando la otra mano a deslizarse por la parte trasera de sus muslos, acariciando suavemente la tersa piel. Sin percatarnos, nos fuimos metiendo bajo las sábanas, enfrascados en nuestro coreográfico intercambio de secretos. Lo que tenía con Alice iba más allá de deseo físico, al momento de demostrarnos amor mutuamente, nuestra conexión era a nivel emocional, difícil de explicar.

Disfruté de sus besos y caricias, proporcionandole tambien las mías. Mis manos tantearon más arriba, jugueteando con el borde de su última prenda. Esto era tan solo la introducción. El plato principal venía más tarde, cuando, piel con piel, nos unamos en uno. Sabía que a ella le gustaba el juego previo, por lo que retrasaba el momento crucial hasta que Alice diera la indirecta señal.

Sus labios se deslizaron con suavidad hasta mi oído, antes de susurrar sus dulces palabras. Su voz, aguda y melodiosa, era música para mí, y al susurrar de esa manera lograba adecuarse al clima de pasión en el que nos hallábamos sumidos.

- Te amo, Alice; nunca lo dudes - repliqué girando el rostro para besar su cuello con adoración, mientras finalmente la desnudaba por completo. El cuerpo de Alice era más que perfecto. Sus delicadas curvas no desentonaban con el pequeño tamaño de su anatomía, que le daba un aire sumamente frágil. Su cabello, de un negro intenso, destacaba contra su tersa y suave piel pálida. Y en el aroma destacaban diversas flores y menta, entremezclados con el olor a tela de calidad, demostrando así un importante rasgo de mi pequeña.

Mis manos dejaron un rastro de caricias, camino a su monte de Venus. Toqueteé con delicadeza el clítoris, sintiendo con intensidad sus estremecimientos de placer, antes de acariciar con mano más firme su centro.

Mientras la besaba con ferocidad, acaricié la base de sus redondeados senos, al mismo tiempo mi mano derecha se paseaba insistente por todo su sexo. Mis boxers estaban tensos, ya al máximo de sus exigencias. Mordisqueé con suavidad su labio inferior, sin afán de lastimarla, al tiempo que Alice gemía en mis labios de una manera tan sensual que queria hacerla mía en este mismo instante.

Bajé a besos por su cuerpo, trazando un camino desde su mandíbula, pasando por su cuello, deteniéndome unos instantes en sus pechos, jugando con mi lengua, para luego continuar por su ombligo. Me entretuve allí, quitando la mano de su sexo y acariciandole los muslos. No aguantaría mucho más con los boxers puestos.

La besé con pasión, explorando el interior de su boca y jugando ávidamente con su lengua. Sus gemidos eran incontrolables, el placer y el deseo que sentía, incontenibles. Solo pude responder a sus palabras con un gruñido bajo, cálido y sentido, salido directamente desde mi pecho. Tomé sus piernas y las enrosqué en torno a mi cintura, frotando lentamente nuestros sexos, incrementando la exitación, mientras acariciaba con adoración sus muslos y nalgas. Sin dejar de besarla, me introduje suavemente en ella, antes de comenzar un delicado vaivén. Dirigí mis labios a su oreja, mordiendo nuevamente su lobulo y susurrarle con la voz distorsionada por el placer.

- Alice.. ¿Qué hice para merecerte? - mi pasado, y todas las atrocidades que había cometido en él... desentonaban con la recompensa que había recibido mas tarde. Conocer a Alice era mucho mas de lo que yo podía esperar, de lo que podía merecer; pero era tan egoísta que no tenía ningún deseo de renunciar a ella.